Érase una vez un músico llamado César que tenía dos hijas, Alma y Dánae.
Llegó el día en que el músico tuvo que cumplir el encargo de llevar a las dos niñas al Castillo de la Vida, que se encontraba muy lejos de donde vivían.
Antes de iniciar el camino, César les dio cinco cajas de oro y se sentó a hablar con ellas.
-Estas cajas pesan mucho –las avisó- y, durante el camino, vais a sentir unas ganas enormes de abandonarlas, pero debéis aguantar y llevarlas todas hasta el Castillo porque allí os harán falta.
Las niñas metieron las cajas en dos bolsas y se las colgaron a sus espaldas y, cuando empezaron a andar, su padre les dijo que no se separaran del sendero y que siguieran el sonido de su música.
Dánae y Alma estaban muy contentas por el viaje y reían y saltaban mientras el músico caminaba más y más rápido tocando la flauta.
Cuando parecía una hormiguita en el horizonte, las niñas le gritaron y llamaron para que no se alejase tanto, pero César siguió con su música hasta que su figura desapareció allá lejos y ya no podía oírse.
Se hizo de noche y las niñas tenían frío y miedo, pero siguieron el sendero abrazadas, como les había dicho su padre, sin detenerse a descansar. Cuando pensaron que iban a morir congeladas y solas encontraron dos mantas y se las echaron encima.
De pronto vieron una hoguera y siguieron caminando.Cuando llegaron al fuego solo quedaban cenizas, pero ya había amanecido.Las niñas estaban tristes porque el padre las había abandonado con esas cajas tan pesadas y todavía les quedaba mucho camino.
Se pusieron en marcha de nuevo y lo cruzaron pisando unas piedras de gran tamaño. Más tarde escalaron una montaña y atravesaron un paraje a cuyos lados había cientos de fieras muertas hasta que llegaron por fin a una encrucijada de caminos. Ahora sí que estaban perdidas y lloraban porque su padre las había dejado solas y no las había acompañado.
De repente oyeron la música de viento que salía de la flauta del músico y pudieron guiarse y llegar adonde él estaba.
Las niñas, muy enfadas, increparon al padre por su ausencia, y él les contó que no las había abandonado, sino que se había adelantado la primera noche para buscarles unas mantas y que no tuvieran frío y que encendió una hoguera para que no se asustaran de la noche; que se puso a trabajar duro para colocar unas piedras grandes y que ellas pudieran pasar el río; que hizo picos a la montaña para que les fuera más fácil escalar; y que había tenido que matar a unas fieras hambrientas para dejarles el camino libre.
Y allí en la entrada les pidió que abrieran las siete cajas que les dio antes de salir y que esperaba que hubiesen cuidado, obedientes.
Encontraron cinco tesoros: Amor, Valor, Fe, Honestidad y Bondad. César les dijo que debían cuidarlos con su vida y que sí lo hacían así, encontrarían más dentro del Castillo.
De ese modo, Alma y Dánae descubrieron cuanto les quería su padre y atravesaron por fin la puerta sin miedo a estar solas.
Llegó el día en que el músico tuvo que cumplir el encargo de llevar a las dos niñas al Castillo de la Vida, que se encontraba muy lejos de donde vivían.
Antes de iniciar el camino, César les dio cinco cajas de oro y se sentó a hablar con ellas.
-Estas cajas pesan mucho –las avisó- y, durante el camino, vais a sentir unas ganas enormes de abandonarlas, pero debéis aguantar y llevarlas todas hasta el Castillo porque allí os harán falta.
Las niñas metieron las cajas en dos bolsas y se las colgaron a sus espaldas y, cuando empezaron a andar, su padre les dijo que no se separaran del sendero y que siguieran el sonido de su música.
Dánae y Alma estaban muy contentas por el viaje y reían y saltaban mientras el músico caminaba más y más rápido tocando la flauta.
Cuando parecía una hormiguita en el horizonte, las niñas le gritaron y llamaron para que no se alejase tanto, pero César siguió con su música hasta que su figura desapareció allá lejos y ya no podía oírse.
Se hizo de noche y las niñas tenían frío y miedo, pero siguieron el sendero abrazadas, como les había dicho su padre, sin detenerse a descansar. Cuando pensaron que iban a morir congeladas y solas encontraron dos mantas y se las echaron encima.
De pronto vieron una hoguera y siguieron caminando.Cuando llegaron al fuego solo quedaban cenizas, pero ya había amanecido.Las niñas estaban tristes porque el padre las había abandonado con esas cajas tan pesadas y todavía les quedaba mucho camino.
Se pusieron en marcha de nuevo y lo cruzaron pisando unas piedras de gran tamaño. Más tarde escalaron una montaña y atravesaron un paraje a cuyos lados había cientos de fieras muertas hasta que llegaron por fin a una encrucijada de caminos. Ahora sí que estaban perdidas y lloraban porque su padre las había dejado solas y no las había acompañado.
De repente oyeron la música de viento que salía de la flauta del músico y pudieron guiarse y llegar adonde él estaba.
Las niñas, muy enfadas, increparon al padre por su ausencia, y él les contó que no las había abandonado, sino que se había adelantado la primera noche para buscarles unas mantas y que no tuvieran frío y que encendió una hoguera para que no se asustaran de la noche; que se puso a trabajar duro para colocar unas piedras grandes y que ellas pudieran pasar el río; que hizo picos a la montaña para que les fuera más fácil escalar; y que había tenido que matar a unas fieras hambrientas para dejarles el camino libre.
Y allí en la entrada les pidió que abrieran las siete cajas que les dio antes de salir y que esperaba que hubiesen cuidado, obedientes.
Encontraron cinco tesoros: Amor, Valor, Fe, Honestidad y Bondad. César les dijo que debían cuidarlos con su vida y que sí lo hacían así, encontrarían más dentro del Castillo.
De ese modo, Alma y Dánae descubrieron cuanto les quería su padre y atravesaron por fin la puerta sin miedo a estar solas.
Esas cinco pesadas cajas, son tan pesadas que muchos vamos abandonando por el camino.
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